martes, 30 de agosto de 2016

LA CAIDA DE ROMA Y EL FIN DE LA CIVILIZACIÓN de Bryan Ward-Perkins - Buen libro sobre un período demasiado controvertido por causa de intereses políticos y religiosos - 8,5 sobre 10

Título original The fall of Rome and the end of civilization
Traductor Manuel Cuesta l David Hernández de la Fuente
Páginas 352
Idioma Español
Publicación 2005 (2007)
Editorial Espasa
 
Durante la lectura de El Mundo de La Antigüedad Tardía de Peter Brown he consultado alguna bibliografía, entre la que destaca el libro que ahora reseño, por su posición gibboniana contraria a las tesis de Brown y de las corrientes modernas que sustituyen los conceptos de decadencia por términos neutros como «transición», «cambio», «transformación» o “integración”. En contra de la escuela religiosa norteamericana y la integradora europea, sostiene que, sobre todo en Occidente, la invasión fue violenta y significó la decadencia económica, política y cultural en relación con los estándares de la sociedad romana. Para demostrarlo, se apoya en numerosos registros arqueológicos.

Crítico con la escuela de Brown, dice:
La única forma en que puede concebirse una misma Antigüedad tardía para todo el mundo romano —y se trata de algo constructivo— es centrarse en el único cambio «positivo» que durante dicho período —entre 250 y 800— afectó al mundo post-romano en su conjunto: la difusión y triunfo trascendente de dos grandes cultos monoteístas sobre las religiones más antiguas romana y persa. Precisamente en torno a este proceso se ha construido la nueva Antigüedad tardía, y a través de los notables cambios que supuso en las actitudes hacia muchos aspectos de la condición humana, como el sexo, la muerte o la identidad. Esta Antigüedad tardía es, antes que nada, un mundo mental y espiritual, hasta el extremo de que los datos seglares prácticamente se olvidan.”
Desde Brown, La «decadencia» se desterró, y se sustituyó por una «revolución religiosa y cultural»

Con respecto a la tesis “integradora” o “transformadora” de la escuela europea, Ward-Perkins explica con cuanta frecuencia la historia se interpreta según el papel actual de los pueblos involucrados. El Imperio Romano no encaja en el modelo europeo actual porque deja fuera a los pueblos germánicos y a las raíces culturales cristianas:
Desde la Segunda Guerra Mundial, al ser otra la concepción de los alemanes contemporáneos, y de su papel en la nueva Europa, los pueblos germanos del siglo V y su asentamiento también se ven de forma distinta.”

La Unión Europea necesita forjar un espíritu de cooperación entre las naciones del continente —en otra época enemigas—, y el proyecto de investigación de la Fundación Europea para la Ciencia con respecto a este período no es casual que se llame «La transformación del mundo romano», sugiriendo una transición progresiva y pacífica desde época romana hasta la «Edad Media» y después. En esta nueva versión del final del mundo antiguo, el mundo romano no lo «asesinan» invasores germanos, sino que romanos y germanos juntos trasladan a un nuevo mundo romanogermano muchas cosas que antes solo eran romanas. La Europa «latina» y «germana» están en paz.”

Y en una nota irónica, a pié de página, se pregunta donde encaja el mundo eslavo:

El proyecto, naturalmente, databa de antes de la ampliación de la Unión Europea de 2004: los eslavos no está claro dónde encajan en esta historia.”

Para evitar connotaciones de superioridad moral, sustituye el término “civilización” por el de “sociedad compleja” y  así, la decadencia es la pérdida, a todos los niveles, de sofisticación y calidad en la vida material y cultural que demuestra apoyándose en una ingente cantidad de registros arqueológicos. Después de las invasiones germánicas de Occidente:
-          Caen los índices de alfabetización.
-          Baja la calidad de la vivienda y de los utensilios domésticos.
-          Descienden los asentamientos post-romanos y los niveles demográficos.
-          Desaparece la producción industrial-artesana a gran escala.
-          Se ininterrumpen las redes de transporte y el comercio de larga distancia.
-          Disminuye el tamaño del ganado en la Edad Media.
-          Disminuye la especialización en agricultura.

Un interesante libro, en lenguaje claro y con abundantes ilustraciones, que a la luz de las recientes investigaciones arqueológicas, nos devuelve los conceptos de “decadencia” y “derrumbamiento” del Imperio Occidental. Buen complemento a las obras canónicas de de Averil Cameron y Chris Wickham sobre un período demasiado controvertido por causa de intereses políticos y religiosos. Un 8,5.


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viernes, 26 de agosto de 2016

EL MUNDO DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA de Peter Brown - Sentó escuela. Gran repercusión dificil de entender - Valoración 8 sobre 10


Título original The world of Late Antiquity
Traductor Antonio Piñero
Páginas 224
Idioma Español
Publicación 1971 (2012)
Editorial Gredos

Desde que leí, hace años, la Historia de la decadencia y caída del imperio romano de Edward Gibbon, dejé de leer novela histórica. Me dí cuenta de que la realidad superaba la ficción y de que un buen libro de historia podía ser más apasionante que cualquier novela. Eso, a pesar de que la única edición en castellano eran los 8 tomos de la editorial Turner, una infame traducción de José Mor Fuentes, del siglo XIX, en un castellano arcaico, rancio y castizo que te dejaba aturdido. Había llegado a Gibbon gracias a la lectura de Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell que lo citaba con frecuencia y, cuando comparaba las citas perfectas de Russell con lo que estaba leyendo, me sumía en un estado de rabia depresiva. Más adelante me hice con la edición de Robert Lafont en francés, que ya era otra cosa, y después con la de Penguin Classics en 3 tomos. Turner modernizó la traducción de José Mor y la reeditó en 4 tomos, más legibles pero aún lejos de la corrección. Por fin Ediciones Atalanta, en el 2012, lo editó en 2 tomos y nueva traducción de Sánchez de León. Ésta es la que recomiendo a los que tengan la suerte de no haber leído, todavía, la “Decadencia y caída”.
Está claro que soy un gibboniano. Su enorme obra me impresionó por su visión panorámica y de detalle; por su peculiar estilo mezcla de solemnidad e ironía; por su ingente conocimiento de las fuentes y el hábil manejo que hace de ellas encajándolas en una grandiosa imagen global, desde la muerte Marco Aurelio (180 d. C) hasta la caída de Constantinopla (1.453 d. C.). Todo sobre un fondo de traiciones, intrigas y crímenes que dan a la obra una poderosa fuerza dramática.
Las causas a las que Gibbon atribuyó el derrumbe del Imperio, a mi entender, no carecen de vigencia: el debilitamiento del ejército en manos de mercenarios bárbaros, la ingerencia de la Guardia Pretoriana en la administración del poder, el aumento de la corrupción, o la expansión del cristianismo y su efecto debilitante sobre la sociedad al estar más interesado en la otra vida que en ésta.
La inclusión del cristianismo como causa de la decadencia fue, como era de esperar, lo que levantó más polémica e hizo que la Iglesia incluyera la obra en el Índice de Libros Prohibidos.
Gibbon fue pionero en la recopilación y uso de las fuentes primarias: fue el primero en preguntarse sobre la intencionalidad de todas las fuentes y en rechazar la credibilidad de los apologetas cristianos repletos de milagros, maravillas y fantásticos martirios. Soy un ferviente defensor de las notas a pié de página; pero, en el caso de Gibbon, leer las notas es más que recomendable, es inexcusable: son tan suculentas o más que el texto principal. Lástima que en las ediciones que tengo, de Turner, Robert Lafont y Penguin, muchas están en latín (y hasta en griego). Ignoro si en la nueva edición de Atalanta están traducidas.

“El mundo de la antigüedad tardía” de Peter Brown

Si para Gibbon el imperio romano significaba la civilización, y el cristianismo, uno de los culpables de su derrumbe, suponía el triunfo de la superstición y el fanatismo, para Peter Brown, las religiones (cristianismo e islam) marcan una feliz transición hacia una Edad Media de progreso espiritual, político y cultural. Las tesis de Brown han creado escuela propugnando el estudio de San Agustín, los santos, los monjes y eremitas, enlazando con la revalorización de la Edad Media iniciada por Le Goff.
La obra de Brown, de elevado tono literario, plantea, de forma sintética, las diferencias evolutivas de las sociedades post romanas de Occidente y Oriente, coronadas por la expansión del Cristianismo y el Islam, que el entiende como un progreso en el camino de la espiritualidad.
El libro tiene dos partes. El la primera, titulada “La revolución romana tardía”, explica a grandes trazos cómo era la sociedad romana desde el siglo III al IV y que significó la emergencia del cristianismo. La segunda parte, titulada “Legados divergentes” (para mí la mejor), estudia las diferencias entre el resurgimiento de Occidente y la consolidación de Bizancio, para terminar con la expansión del Islam.
Su dibujo de la sociedad romana es correcto pero se empieza a advertir el sesgo en la adjetivación. Así la cultura clásica está representada por “fanáticos tradicionalistas romanos” y los obispos son “tozudos y valerosos
Pronto su posición es más clara:
Las ganancias cristianas se habían conseguido justamente en aquella parte del mundo romano que había resultado comparativamente indemne de los disturbios y problemas de finales del siglo III. El silencio descendió sobre las provincias reciamente paganas de Occidente. Por el contrario, Siria y Asia Menor, con sus resonantes elementos cristianos, se mantuvieron incluso con mayor intensidad que antes como provincias de una prosperidad aún no deslustrada y como fermento intelectual.
El lenguaje metafórico y oscuro no oculta sus preferencias. Hay mucho que hablar (y no lo hace) sobre como se enriqueció la Iglesia. ¿Qué significa “sus resonantes elementos cristianos”? ¿Fermento intelectual? ¿En que consistía la mejora sobre el pensamiento clásico, tanto el platónico, aristotélico o epicúreo?
La gente se convertía al cristianismo porque sus dioses paganos no resolvían su angustia existencial:
La nueva manera, en contraste con la anterior, apelaba directamente al centro y se alejaba de los dioses subordinados de las creencias populares; se dirigia al Dios único
como expresión de un poder latente e inefable”.
La expansión del cristianismo hasta el siglo III se describe en términos de un idealismo personalista ajeno a las condiciones sociales:
La sensación de una «irrupción» inminente de la energía divina en el mundo interior de cada individuo tuvo unos efectos revolucionarios.”
“Poder latente e inefable”, “energía divina”… Esto es lenguaje teológico; por este camino no vamos a saber nada de las causas reales. “La nueva manera”, “efectos revolucionarios”… Adjetivación muy sesgada: se asocia el cristianismo con lo nuevo y revolucionario.
Yo creo que el cristianismo se extendió gracias a que tenía una oferta muy potente: vida eterna después de la muerte; apoyada por la profusión de milagros bien recibida en una sociedad crédula, por el fuerte sentido de pertenencia por compartir la “Revelación”  y por el gancho, más mundano, de la solidaridad y ayuda mutua (caridad) entre los miembros del grupo, “un potente dispositivo de difusión que fortalece la curiosidad (y la envidia) afuera del grupo, permitiendo así que las barreras lingüísticas, étnicas y geográficas sean más fácilmente penetradas.” (Dennett 2007. Nota 6)
Prefiero los hechos a las especulaciones teológicas; como Wickham cuando dice:
En los siglos IV y V, la iglesia se convirtió en una estructura compleja, con quizá unos cien mil clérigos de diversas clases (lo que superaba el número de empleados de la administración civil) y un incremento constante de la riqueza, como resultado de donaciones piadosas.”
Pero Brown no va por ese camino; prefiere una interminable exaltación del pensamiento de los apologetas cristianos, omitiendo lo que no le interesa.
Más consistente es la segunda parte “Legados divergentes” en que revisa los caminos distintos que recorren Occidente y Bizancio y señala las diferencias entre la expansión del Islam y el cristianismo.
  
Lo que opinan algunos historiadores actuales sobre la escuela de Peter Brown.

Los más significativos historiadores actuales de la Antigüedad Tardía (1) guardan una distancia más o menos respetuosa con Brown. Cameron dice:
Brown es en general mucho más entusiasta, por no decir más emotivo, a la hora de destacar los conceptos; y es muy posible, en efecto, que por su causa «la Antigüedad tardía» se haya convertido en un terreno exótico, poblado de monjes salvajes y vírgenes excitadas, y dominado por el choque de religiones, mentalidades y modos de vida.”
Yo, en la obra, no he visto nada (quizás una rápida mención) sobre monjes salvajes y vírgenes excitadas. Y lo echo en falta. En esta web encontrareis información sobre el extravagante mundo de los monjes y los ascetas:
Mitchell opina que los trabajos de Brown y sus continuadores pueden cautivar pero no siempre convencen y no contribuyen a formar un cuadro global del contexto social y cultural. Ward-Perkins es quizá el más gibboniano en su crítica demoledora a los apologetas cristianos. En general, las opiniones de los especialistas actuales hacia la escuela de Brown, van de una admiración cautelosa a un distanciado “acuse de recibo”; da la sensación de que se quiere evitar una guerra abierta como la que hay entre evolucionistas y creacionistas.
En ésta frase de Bryan Ward-Perkins, el más gibboniano de los historiadores actuales,  en  La caída de Roma y el fin de la civilización, hay un lamento y, más velada, una sospecha, por el auge del enfoque espiritual en los estudios de la Antigüedad Tardía:
La nueva Antigüedad tardía está fascinada con la historia de la religión. Esto, como laico que soy, me aturde, y no me ofrezco como comentarista fiable del fenómeno. A veces me he preguntado si es más fuerte en Estados Unidos por desempeñar hoy allí la religión un papel mucho más central que en la mayor parte de Europa. Es un hecho que solo en Europa se encuentran historiadores como yo, con un interés activo en aspectos seglares de finales del mundo romano, como la historia política, económica y militar. Por otra parte, los estudiosos que sostienen la nueva Antigüedad tardía en Estados Unidos provienen de la intelligentsia de ambas costas, de manera que no, no nos hallamos ante una relación estrecha con el «Cinturón de la Biblia»18. Suelen centrarse, de hecho, no en los aspectos más intransigentes y fundamentalistas de la religión tardo-antigua (que eran muchos), sino más bien en su sincretismo y flexibilidad.”
He consultado (que no leído al completo) las dos obras de Chris Wickham mencionadas en la nota 1. Son impresionantes por la abundancia de datos y por la maestría con que maneja las fuentes narrativas (cristianas y paganas) y arqueológicas, para darnos tanto la visión panorámica como la de detalle. Para los amantes del detalle, entre los que me cuento, es un festín; muestra cientos de piezas fascinantes del puzzle y, además, sabe encajarlas ofreciéndonos la figura completa. Se sitúa más cerca de la escuela materialista de A. H. M. Jones (3), pero no desprecia ningún ingrediente que haga más suculento su guiso histórico.

El problema de las fuentes.

Los nuevos maestros, los que se copia, se recopia, se utiliza, difunde, lee y comenta, los autores para quienes trabajan los monjes en sus monasterios, son los Padres de la Iglesia: Tertuliano cree “porque es absurdo”, Origenes se castra para llegar más rápidamente al Señor, Cipriano de Cartago descubre a Dios cortejando a una muchacha, Gregorio Nacianceno se tiene por un cadáver que respira, Evadro el Póntico se va al desierto huyendo de las mujeres y los obispos, Juan Crisóstomo llama a matar paganos, Gregorio de Nisa conoce la epectasis, la verdadera (muerte durante un orgasmo), San Agustín enseña la inexistencia de las antípodas y lloriquea a lo largo de las Confesiones, y tantos otros… Es la buena sociedad filosófica, pero en ella todos están disgustados con su cuerpo y con la vida. En adelante habrá que contar con esta gente, y durante un milenio.
Con su estilo directo y descarado, así dibuja Michel Onfray en el segundo tomo de su interesante y provocadora Contrahistoria de la filosofía (2), El cristianismo hedonista (2006). San Agustín “lloriquea a lo largo de las Confesiones”… Peter Brown, que dedicó a San Agustín una elogiada y canónica biografía de 600 páginas,  se estará tirando de los pelos.
Fernando Báez (4) dice que el 60% del total de libros perdidos se debe a la voluntad humana. Yo diría que, para éste periodo, la proporción es mayor. El número de escritos paganos que sobreviven, comparado con las obras cristianas, es insignificante.
Mitchell explica que:
La mayor parte de esta nueva literatura es cristiana. Este sobrevive en cantidad prodigiosa, incluyendo obras de hagiografía, historia de la iglesia, sermones y discusiones teológicas, muy por encima de lo que sobrevive de la tradición pagana. Gran parte de esta literatura cristiana es clara y descaradamente partidista en la forma en que retrata el mundo de la antigüedad tardía.”
A diferencia de los cuatro autores consultados, Brown no hace crítica de las fuentes. Ignoro la proporción existente, en esas fuentes, entre la (luminosa) “elevada espiritualidad” que tanto busca Brown, y las (oscuras) polémicas teológicas, las fantasías martirológicas y milagreras, y las coacciones supersticiosas; pero sospecho que las oscuras se llevan la palma. No menciona nada parecido, por ejemplo, a la cita de Wickham, sobre la prohibición de trabajar el domingo:
quienes trabajaban los campos los domingos quedaban tullidos y nacían ya tullidos los hijos de las relaciones sexuales dominicales


Conclusión
 
Peter Brown es sin duda un inteligente y refinado erudito (unos dicen que maneja 15 lenguas y otros 26) que hace 40 años agitó la aletargada historiografía tardo-romana poniendo el foco en la narrativa religiosa en un esfuerzo por revalorizarla. Como se comprueba en sus comentarios bibliográficos, donde reparte elogios a todos sus colegas, es un tipo respetuoso y poco combativo al que los historiadores de hoy pagan con la misma moneda: interesante, valioso, estimulante, entusiasta, emotivo…pero ellos se dedican a otra cosa.
Brown selecciona y omite hechos y citas para dar la impresión que el cristianismo triunfó gracias a su superioridad intelectual, espiritual y moral sobre la cultura clásica. Por ejemplo, olvida mencionar una “cuestión menor” que señala Wickham:
Teodosio I había prohibido los puntales de buena parte del paganismo tradicional: el sacrificio público y la devoción privada de imágenes. Esta legislación coercitiva se reforzó aún más en el siglo V y Justiniano le añadió los toques finales, al prohibir los cultos paganos e imponer el bautismo so pena de confiscación y, en ocasiones, ejecución”. Osea, que si no te convertías perdías tus propiedades y puede que tu vida. Sin esta “pequeña ayudita”, ¿se habría consolidado y extendido el cristianismo?
Yo, como simple aficionado, voy a expresarme con claridad: Brown me parece un teólogo disfrazado de historiador cultural que, como los creacionistas, reedita conceptos retrógrados camuflados en psicología social y presentados en forma literaria, impresionista (una pincelada por aquí, otra por allá), metafórica y oscura. Me recuerda a un Menéndez Pelayo cruzado con Carlyle (los héroes de éste son los santos de Brown), más sutil, que en vez de atacar de frente todo pensamiento disidente (herejías), simplemente, omite mencionar lo que no le interesa. Y lo que no le interesa es mucho. Al leer la Historia de los heterodoxos españoles me sentía atraído por las herejías contra las que M. Pelayo arremetía; con el libro de Peter Brown me ha pasado algo parecido: cuanto más se esfuerza por señalar el progreso espiritual representado por santos, padres de la iglesia, monjes y ascetas, más me convence de lo acertado de la crítica de Gibbon. Algo denotará la buena acogida que han dispensado los teólogos a las obras de Brown.
Brown utiliza su lupa para extraer esos vagos y oscuros refinamientos espirituales. Lo que yo veo es la herencia que nos dejó el galimatías teológico de sus santos y doctores de la Iglesia: mil años de parálisis del progreso material, guerras, persecuciones de herejes y judíos, y estancamiento intelectual del que aún padecemos sus secuelas. No creo en el relativismo histórico que tiende a justificar los errores explicando su lógica interna: no lo hacemos con el nazismo o el comunismo, ¿por qué deberíamos hacerlo con el cristianismo? Que las cosas hayan sido así no significa que no pudieran haber sido distintas. Desde siempre ha habido otro camino, el iniciado por Leucipo, Demcrito, Epicuro, Lucrecio… pero fue descartado porque era difícil de instrumentalizar por el poder.
Termino con una cita de Robert G. Ingersoll extraída de un libro de Jerry A. Coyne (5):
Hay más de valor en el cerebro de un hombre medio de hoy, de un maestro-mecánico, un químico, un naturalista, un inventor, que la que había en el cerebro del mundo hace más de cuatrocientos años.
Estas bendiciones no cayeron del cielo. Estos beneficios no cayeron de las manos extendidas de sacerdotes. No se encontraron en las catedrales o detrás de los altares, tampoco buscándolos con velas sagradas. No fueron descubiertos orando con los ojos cerrados, tampoco llegaron en respuesta a la súplica supersticiosa. Son los hijos de la libertad, los dones de la razón, la observación y la experiencia, y por todos ellos, el hombre está en deuda con el hombre
.”
Y una invitación: leed a Edward Gibbon (7), no os arrepentiréis. Quizá sea una de las más impactantes experiencias lectoras de vuestra vida.


NOTAS
(1) Las obras que he consultado y que creo que son las mejores sobre la Antigüedad Tardía son:
-          Averil Cameron: “El mundo mediterráneo en la Antigüedad tardía (395-600)” . (1993)
-          Stephen Mitchell: A History of the Later Roman Empire, AD 284-641. (2015)
-          Chris Wickham: El legado de Roma. Una Historia de Europa de 400 a 1000 (2009)
-          Chris Wickham: Una historia nueva de la Alta Edad Media Europa y el mundo mediterráneo, 400-800 (2005)
-          Bryan Ward-Perkins: La caída de Roma y el fin de la civilización (2005)

(2) Michel Onfray, claro, intenso y radical. Se han traducido al castellano 4 de los 6 libros publicados de su esclarecedora e “incorrecta” serie sobre la filosofía no oficial:
Contrahistoria de la Filosofía
·  Las sabidurías de la antigüedad. 2006
·  El cristianismo hedonista 2006
·  Los libertinos barrocos. 2007
·  Los ultras de las luces. 2007

(3) A. H. M. Jones: The Later Román Empire 284— 602. A Social, Economic and Administrative Survey (Oxford, 1964). En tres volúmenes, no traducida al castellano.

(4) Fernando Báez: Historia universal de la destrucción de libros (2004)

“En esta historia de la destrucción de libros se observará que la destrucción voluntaria ha causado la desaparición de un sesenta por ciento de los volúmenes. El otro cuarenta por ciento debe imputarse a factores heterogéneos, entre los cuales sobresalen los desastres naturales (incendios, huracanes, inundaciones, terremotos, maremotos, ciclones, monzones, etc.), accidentes (incendios, naufragios, etc.), animales (como el gusano del libro o polilla, las ratas y los insectos), cambios culturales (extinción de una lengua, modificación de una moda literaria) y a causa de los mismos materiales con los cuales se ha fabricado el libro (la presencia de ácidos en el papel del siglo XIX está destruyendo millones de obras).”

(5) Jerry A. Coyne: Faith vs. Facts (2015)

(6) Daniel Dennett: Romper el hechizo: la religión como fenómeno natural (2007)

(7) Edward Gibbon: Historia de la decadencia y caída del imperio romano ( 2 vols ) Ediciones Atalanta 2012.
Aquí un pequeño ejemplo de cómo trató el tema de los mártires:
El docto Orígenes, quien por su experiencia y estudios se hallaba muy enterado de la historia de los cristianos, expresa terminantemente que era muy reducido el número de los mártires.[1602] Basta su autoridad para aniquilar aquella formidable hueste de mártires, cuyas reliquias, extraídas por lo más de las catacumbas de Roma, han surtido a tantas iglesias,[1603] y cuyos peregrinos prodigios forman el asunto de grandiosos volúmenes en las novelas sagradas.[1604] No obstante, puede explicarse y corroborarse el general aserto de Orígenes con el testimonio especial de su amigo Dionisio, quien, en la inmensa ciudad de Alejandría y bajo la persecución violenta de Decio, sólo cuenta diez hombres y siete mujeres ejecutados por estar profesando el nombre cristiano.”
Y otra perla sobre la labor propagandística de los monjes:
Pero el origen oscuro y equívoco de las iglesias occidentales de Europa ha sido anotado con tanta negligencia que, si quisiéramos relatar las fechas y los pormenores de su fundación, deberíamos suplir el silencio de la antigüedad con las leyendas que la codicia y la superstición fueron dictando a los monjes en el ocio tenebroso de sus conventos.[1505] De tantas novelas sagradas, tan sólo la del apóstol Santiago, por su singular extravagancia, merece mencionarse. De ser un pacífico pescador del lago de Jenezareth, se vio trasformado en un valeroso caballero que capitaneaba la caballería española en sus batallas contra los moros. Los historiadores más circunspectos celebraron sus hazañas; el sagrario milagroso de Compostela ostentó su poderío y la espada de una orden militar; junto a los terrores de la Inquisición, fue suficiente para eliminar cualquier objeción de crítica profana.”


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jueves, 11 de agosto de 2016

AMSTERDAM de Ian McEwan - Acerada concisión y tenso brío narrativo con final macabro - Valoración 9 sobre 10


Título original Amsterdam
Traductor Jesús Zulaika
Páginas 200
Idioma Español
Publicación 1998 (2000)
Editorial Anagrama

Ganador del Booker Prize en 1.998. 

Descripciones sucintas, diálogos pertinentes, intriga poderosa sobre el fondo de una reflexión filosófica en torno a cuestiones que nos atañen y un par de giros que nos conmocionan. Todo cuenta, nada sobra. El relato se precipita a toda velocidad como un torrente cuesta abajo; no hay remansos de paz ni meandros de aguas tranquilas hasta el abismo final.



Entre los invitados al funeral de Molly Lane, una mujer independiente y cautivadora, se encuentran Julian Garmony, ministro de exteriores, el editor de prensa Vernon Halliday y el compositor Clive Linley. Los tres habían tenido relaciones con Molly en diferentes etapas de sus vidas y sospechan de su marido, el multimillonario George Lane, que al caer enferma (seguramente de Alzheimer) la cuidó en exclusiva, aislándola de sus amigos.
George le entrega a Vernon, el periodista, unas fotos realizadas por Molly, en que el ministro aparece travestido, y le propone su publicación, con el fin de acabar con la carrera de un hombre al que odian como persona y como político de extrema derecha.
En El Juez, el periódico que dirige Vermon, estalla la polémica entre los contrarios o favorables a la publicación de las fotos escandalosas. Clive, sumido en un colapso creativo y opuesto a la salida en prensa de las fotos, tiene una áspera disputa con Vermon.
 McEwan, con acerada concisión y tenso brío narrativo, arrastra al lector, como cogido por el pescuezo, a los dos momentos clave de la novela. ¿Qué ocurrirá cuando se publiquen las fotografías? Primer giro sorprendente. ¿Cómo se resolverá el conflicto entre Clive y Vermon? Sobrecogedor final con tintes macabros al estilo de Roal Dhal.



A McEwan le gusta especular sobre cuestiones filosóficas apoyándose en personajes con profesiones de élite, siempre de manera controlada por imperativos de eficacia narrativa (sin desmadrarse, en lengua vernácula). En Sábado se servía de un neurocirujano para reflexionar sobre la mente y el sentido de la vida; en Solar de un físico para tratar del papel de la ciencia en el mundo actual; en Amsterdam un compositor sufre las angustias creativas que, los entendidos en música clásica, sabrán apreciar mejor que yo.


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lunes, 8 de agosto de 2016

SOLAR de Ian McEwan - Michael Beard es uno de los más completos (y divertidos) antihéroes de la novela contemporánea - Valoración 9 sobre 10


 
Título original Solar
Traductor Jaime Zulaika Goicoechea
Páginas 360
Idioma Español
Publicación 2010 (2011)
Editorial Editorial Anagrama S.A.
  
Otra estimulante alternativa, como lectura de verano, es adentrarse en la obra de Ian McEwan, para muchos, el escritor actual más importante en lengua inglesa, seguidor de la estela de los Saul Bellow, John Updike o Philip Roth, verdaderos clásicos contemporáneos de la novela realista.

Hasta ahora había leído Los perros negros (1992), novelita en que opone dos visiones del mundo: una científica y otra trascendente; Chesil Beach (2007) en la que narra la noche de bodas de una pareja en los años 60, su entorno social y represiones sexuales, y Sábado (2005) centrada en un neurocirujano, la entrega a su profesión, su familia y un incidente violento. No se por qué razón, en 2011, cuando se publicó, no leí Solar; quizá pensé que era una novela de ciencia-ficción (de hecho veo que en la Wiki se la clasifica en el subgénero de “Cli-Fi”, una distopía sobre el cambio climático al lado de El mundo sumergido de Ballard). Nada de eso. El único elemento “distópico” es que la fotosíntesis artificial que hoy está en proceso de investigación (1), en la novela se concreta en una planta piloto que Beard ha construido en Nuevo México y que no llega a funcionar. En contra de la opinión de algunas críticas (2) que la consideran una obra menor, a mi entender, es la mejor novela que he leído de McEwan.

Una novela centrada en el calentamiento global y la búsqueda de energías alternativas, podría enfangar a otro autor con menos sabiduría narrativa que McEwan. Ya se sabe: las disertaciones técnicas y científicas ahuyentan a muchos lectores; pero el autor las inserta donde toca y no sermonea al respecto. Los temas densos no me cansan si son tratados con inteligencia e ironía. Me recuerda la estupenda novela de John Updike, “La versión de Roger”, en que un veterano teólogo se enfrenta a un joven informático que pretendía demostrar la existencia de Dios por métodos científicos; en las dos hay ironía y faldas de por medio.

Michael Beard es un premio Nobel de física, especialista en fotones, sesentón, físicamente repulsivo, bebedor y glotón, con cinco matrimonios a sus espaldas, en clara decadencia intelectual, oportunista y desleal, que se aferra a sus laureles y dirige un centro de investigación sobre el calentamiento global. Patrice, su joven quinta esposa, descubre sus infidelidades y se las devuelve acostándose con Tarpin, contratista que había hecho reformas en su casa y Tom Aldous, joven científico colaborador de Beard. Aldous muere accidentalmente en una discusión en casa de Beard (resbala en una piel de oso) que arregla la escena del crimen para que se acuse a Tarpin al que le cae una condena de 16 años. Aldous le deja sus notas sobre la fotosíntesis artificial y, a los cuatro años, Michael Beard está en Nuevo México para inaugurar su planta piloto de producción de electricidad por fotosíntesis. Para Beard, el calentamiento global es un negocio vestido de Gran Causa, que fracasará por culpa de su temperamento rastrero.

Algunos episodios humorísticos, narrados con una interesante técnica de “suspense cómico”, son dignos de señalar: cuando se para a mear en una travesía por el ártico, a 20º bajo cero, y cree que se le ha congelado y desprendido el pene; o le persigue un oso polar y no le arranca la moto-nieve; o cuando se irrita al creer que un desconocido, que viaja con él en el tren, se está comiendo su bolsa de patatas fritas. No es solo una novela de humor, pero a veces te ríes. Y con ganas.

La novela plantea dos frentes: el de la vida personal de Beard, caótica, cuajada de infidelidades, huidas de compromisos y traiciones; y el profesional, repleto de intrigas, ambición, juego sucio y maquinaciones. Los dos planos perfectamente encastados y lubricados por un estilo elegante, fresco y conciso, sazonado por una sofisticada ironía que a veces troca en abierto humor, se funden para dar forma a Michael Beard, uno de los más completos (y divertidos) antihéroes de la novela contemporánea.

Se ha dicho que el final abrupto, que sugiere otra deserción más de Michael Beard, anuncia una segunda parte de la novela. A mi el final me parece bien y no lo veo como un “continuará”. Un 9.



NOTAS
(1) “122 millones de dólares invertidos en el Joint Center for Artificial Photosynthesis (JCAP) y ocho equipos de investigadores dedicados en exclusiva a desarrollar la fotosíntesis artificial dan la idea de que Estados Unidos apuesta de lleno por este futuro energético. Uno de esos equipos está liderado por el físico y matemático John Gregorie, cuya misión es que el conocimiento científico sobre la fotosíntesis se convierta en "innovación real". "Capturar la luz eficientemente, llevar a cabo reacciones catalíticas para obtener hidrógeno y separar el combustible para su extracción sencilla son tres procesos desafiantes que están más que conseguidos por separado en el laboratorio", asegura Gregorie.” (El País 16 de Nov 2015)

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martes, 2 de agosto de 2016

LOS ÁNGELES QUE LLEVAMOS DENTRO de Steven Pinker - Un libro exhaustivo, ameno, duro, directo y (seguro) controvertido - Valoración 8,5 sobre 10


Título original The better angels of our nature
Traductor Joan Soler Chic
Páginas 1104
Idioma Español
Publicación 2011 (2012)
Editorial Ediciones Paidós Ibérica
 
Tengo amigos que reservan el verano para saldar eternas deudas lectoras pendientes, convencidos que, hasta que las cancelen,  no hallaran la paz intelectual. Son imposiciones que el canon cultural ha estampado en nuestras minúsculas conciencias, casi siempre gruesos y espesos clásicos (si fueran delgados y ligeros ya estarían en la saca), cuya lectura hemos emprendido en varias ocasiones, sin éxito; olvidando que, si en su día no los terminamos, sería por algo. ¿Por qué? Porque nos cansaron, cargaron, nos parecieron indescifrables o empalagosos; en una palabra: aburridos. Cada cual tiene sus propios escollos literarios: fulano se empantana con el Ulises de Joyce, mengano con la Montaña mágica de Mann, zutano con El hombre sin atributos de Musil. ¿Y qué? No pasa nada. Puedes intentarlo otra vez, si tienes una nueva motivación. Por ejemplo: estás intentando escribir y te interesa analizar el estilo de Proust o Mann.
Si hablamos de novelas, coincido con William S. Maugham cuando dice:
“Una persona razonable no lee una novela como si fuera una tarea. La lee como una diversión.” (Diez novelas y sus autores).
Este preámbulo es para recomendar, como lectura de verano, un ensayo histórico-psicológico de más de 1.000 páginas. ¿He enloquecido? Ni hablar. Es ameno, divertido, repleto de datos curiosos y nos abre los ojos a nuevos campos de interés.

Si como yo, ya tienes unos años, a poco que te detengas a pensar, recordarás con estupor la violencia cotidiana, por ejemplo, de los años 60. Si eras un niño, todo el mundo te atizaba con absoluta normalidad: en el colegio o el catecismo parroquial, coscorrones, capones, tirones del pelo, reglazos, pellizcos, por cualquier cosa; en casa, los zapatillazos de tu madre o los correazos de tu padre cuando volvía agotado del pluriempleo y tu madre le hinchaba la cabeza con la relación de trastadas que el niño había perpetrado ese día; las peleas entre pandillas a pedrada limpia; o el mamporro (o bolsazo) que te propinaba cualquier extraño/a si tropezabas con él por accidente. Era lo normal y nadie veía en ello nada malo: si la cagabas, recibías. Eso si hablamos de la violencia con los niños. Otro tanto se podría decir si nos referimos a la violencia con las mujeres, la violencia policial o institucional en cualquiera de sus niveles.
La memoria es frágil y la plasticidad de nuestras mentes hace que nos adaptemos sin sobresaltos a los cambios de hábitos y costumbres de nuestro entorno social. Un abismo nos separa de los años 60 y 70. ¿Cómo sería la violencia cotidiana en la Edad Media o la Antigüedad? Para la Edad Media tardía hay dos libros magníficos que deberían ser de obligada lectura en los institutos, la universidad o donde sea: Un espejo lejano: el calamitoso siglo XIV de Barbara Tuchman, y El otoño de la Edad Media de Johan Huizinga. Ambos relatan, con todo tipo de detalles, el terrible y opresivo escenario en que se desenvolvía la vida humana: procesiones diarias, predicaciones de misioneros, ejecuciones-espectáculo, torturas, persecuciones de judíos, brujas, herejes…
Hablando de predicaciones, Huizinga cuenta:
El hermano Ricardo, predicador popular, predicó, en 1429, en París diez días sucesivos. Hablaba desde las cinco hasta las diez o las once de la mañana en el cementerio de los Inocentes, bajo cuyas galerías estaba pintada la célebre «Danza de la muerte», vuelta la espalda a las fosas comunes, en las cuales yacían amontonados y rebasando de la arcada los cráneos, a la vista del público.”
Sobre la tortura, Pinker dice:
La cristiandad medieval fue una cultura de la crueldad. Gobiernos nacionales
y locales de todo el continente torturaron, y codificaron sistemas
de tortura en leyes que prescribían dejar ciego, marcar a hierro, amputar
manos, orejas, narices y lenguas y otras formas de mutilación por delitos
sin importancia. Las ejecuciones eran orgías de sadismo, que llegaban a su
punto culminante con suplicios prolongados, como quemar a la víctima
en la hoguera, quebrarla en la rueda, desmembrarla con caballos, empalarla
por el recto, destriparla enrollando sus intestinos en un carrete, o incluso
colgándola con un tormento y un estrangulamiento lentos en vez de romperle
el cuello. También la Iglesia cristiana infligió torturas sádicas durante
sus inquisiciones, cazas de brujas y Guerras de Religión.”

Steven Pinker (Montreal, 1954) es un psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense. Es profesor en el Harvard College y defensor de la psicología evolucionista y de la teoría computacional de la mente. Está considerado uno de los intelectuales más influyentes del mundo. En el 2002 publicó “La tabla rasa”, un libro muy polémico en el que discutía los tres pilares del progresismo intelectual:

  1. Que la mente humana no tiene rasgos innatos.
  2. Que las personas nacen buenas y es la sociedad quien las corrompe.
  3. Que tenemos un alma que elige libremente.

El libro causó un enorme revuelo entre los sectores que trabajan para cambiar las mentes humanas: activistas, maestros, trabajadores sociales, feministas, planificadores de protección oficial y formadores sociales. Y levantó ampollas al atacar frontalmente a Richard Lewontin, Stephen Jay Gould y el neurólogo británico Steven Rose por cuestionar (en mayor o menor medida) el determinismo evolucionista.
En “LOS ANGELES QUE LLEVAMOS DENTRO – El declive de la violencia y sus implicaciones”, hace un exhaustivo análisis de la violencia humana desde los grupos de cazadores-recolectores hasta la actualidad. Equipado con una ingente cantidad de datos aportados por antropólogos, historiadores, cronistas, sociólogos, psicólogos sociales, filósofos y pensadores de todas las épocas, nos muestra la humanidad sumida en la violencia, el sadismo y la crueldad de la que empieza a emerger con timidez en el Renacimiento del siglo XVI, y, más decididamente, con la Ilustración del siglo XVIII, en que aparece la necesidad de autocontrol, surgen los sentimientos de empatía hacia nuestros semejantes y nace la razón que, liberada de la autoridad y la tradición, con capacidad para corregir sus propios errores, es el mejor instrumento para generar ideas nuevas.
Es un libro tan copioso y sorprendente en detalles y enfoques que resulta difícil de resumir.

Los siete primeros capítulos son un análisis histórico y estadístico de la violencia humana desde la prehistoria hasta la época actual. Abarca tanto los grandes conflictos – guerras, genocidios, persecuciones, pogromos raciales -, como la violencia cotidiana – castigos, tortura, esclavitud, violencia contra las mujeres y los niños, racismo -.
Para explicarlo se apoya en:
-          Pruebas antropológicas de que los restos humanos prehistóricos presentan elevados niveles de violencia.
-          Textos homéricos y bíblicos que demuestran la crueldad y violencia de la antigüedad. Cita a Jonathan Gottschall para ilustrar la barbarie de las guerras griegas: “Abierto el cuerpo con una facilidad sorprendente por el frío bronce, sus contenidos se vierten en torrentes viscosos: porciones del cerebro aparecen en los extremos de temblorosas lanzas, hombres jóvenes se sujetan las viscerascon manos desesperadas, los ojos son arrancados o cortados del cráneo y brillan ciegos en el polvo. Puntas afiladas crean nuevas entradas y salidas en los cuerpos jóvenes: en el centro de la frente, en las sienes, entre los ojos, en la base del cuello, limpias a través de la boca o la mejilla para salir por el lado contrario, traspasando costados, entrepiernas, nalgas, manos, ombligos, espaldas, estómagos, pezones, pechos, narices, orejas y mentones. [...] Lanzas, picas, flechas, espadas, puñales y piedras codician el sabor de la carne y la sangre. La sangre es rociada y empaña el aire. Vuelan fragmentos de hueso. Se desborda el tuétano de muñones nuevos. [...] Después de la batalla, la sangre fluye de mil heridas mortales o mutilantes, convierte el polvo en barro y hace crecer la hierba de la llanura. Hombres destrozados en el suelo por pesadas cuadrigas, sementales de cascos afilados, sandalias ir reconocibles. Armas y armaduras llenan el campo de batalla. Hay cadáveres por todas partes, descomponiéndose, derritiéndose, un festín para perros, gusanos, moscas y pájaros.”

-          Estadísticas de muertes en relación a la población mundial estimada: “Rummel calcula que el número total de muertos (en las cruzadas) fue de un millón más o menos. Entonces el mundo contaba con una población de unos cuatrocientos millones, en torno a una sexta parte de la cifra correspondiente a mediados del siglo xx, por lo que el número de víctimas causadas por los cruzados equivaldría actualmente a unos seis millones, que es la cifra de judíos que fueron víctimas del genocidio nazi.
-          Citas de autores de la época e historiadores para dar una idea de la barbarie y crueldad desde la antigüedad hasta el siglo XIX. Como ejemplo, esta cita del manual de urbanidad de Erasmo en 1.530 “De la urbanidad en las maneras de los niños” en el que “al establecer reglas sobre lo que la gente no debe hacer, estos manuales nos procuran una instantánea de lo que debían estar haciendo”: “No ensucies las escaleras, los pasillos, los retretes o los tapices de las paredes con orina u otras porquerías. • No orines delante de las damas ni delante de las puertas o ventanas de las cámaras de la corte. • No te balancees de adelante atrás en la silla como si quisieras eliminar los gases. • No te toques las partes pudendas bajo la ropa con las manos desnudas. • No saludes a nadie mientras esté orinando o defecando. • No hagas ruido cuando elimines los gases. • No te desabroches la ropa delante de otras personas cuando te prepares para defecar, o abróchatela después. • Cuando duermas con alguien en una posada, no te coloques demasiado cerca hasta el punto de tocarle ni pongas las piernas entre las suyas. • Si te encuentras con algo asqueroso en la cama, no te dirijas a tu compañero para indicárselo, ni sostengas la cosa maloliente para que el otro la huela diciendo «Me gustaría saber a qué huele esto».

En el capítulo 7 estudia el surgimiento de las revoluciones por los derechos: civiles, de las mujeres, los niños, los gays y los animales.

En el capítulo 8, desde la genética y la psicología evolutiva y experimental, estudia nuestro lado oscuro: la depredación, dominación, la venganza y el sadismo. Nos habla de ausencia histórica de proporcionalidad entre delito y pena, de la importancia del razonamiento abstracto, del efecto Flynn, del anonadamiento moral…Pone a nuestro alcance un ingente arsenal bibliográfico (con cientos de notas) para glotones de curiosidad histórica o psicológica.

En el capítulo 9, revisa los factores que han contribuido al descenso de la violencia: la empatía, el autocontrol, la moralidad y la razón; cómo han surgido y evolucionado, con sus altibajos, para acabar con un vehemente defensa de la razón:
La empatia es un círculo que se puede ensanchar, pero su elasticidad
está limitada por el parentesco, la amistad, la semejanza y la ricura. Llega
a un punto límite mucho antes de rodear al conjunto completo de personas
que, según nos dice la razón, han de ser objeto de nuestra preocupación
moral. Del mismo modo, la empatia está expuesta al rechazo por ser
considerada en ocasiones mero sentimentalismo. Es la razón la que nos
enseña los trucos para ampliar la empatia, y es la razón la que nos explica
cómo y cuándo hemos de convertir nuestra compasión hacia un desconocido
digno de lástima en una política real aplicable.

El capítulo 10 cierra el libro reflexionando sobre las verdaderas razones de la violencia que, para Pinker, no son la proliferación de armas, ni las luchas por los recursos, ni, por el contrario, la prosperidad explica el descenso de violencia. Las ideologías y la religión son factores de violencia. Contribuyen a su descenso: el estado justo, el comercio, la feminización de la sociedad que la aleja de la cultura del honor varonil, la educación y la cultura, el predominio de la razón, la ciencia y la tecnología.
Reconoce el papel de la empatía, el autocontrol y la moral natural, pero señala sus efectos limitados (siempre han estado ahí y no han evitado la violencia) y atribuye al pensamiento abstracto, producto de la razón, el poder de expandir el radio de influencia de los sentimientos.
Así resume la crítica a los nostálgicos del pasado:
Y aquí es donde una historia sin sentimentalismos y unos conocimientos
estadísticos básicos pueden cambiar nuestra idea de la modernidad,
pues ponen de manifiesto que la nostalgia de un pasado pacífico es la
máxima vana ilusión. Sabemos que muchos pueblos indígenas, cuya vida
aparece tan idealizada en los libros infantiles actuales, tenían índices de
muertes debidas a la guerra muy superiores a las de nuestras guerras mundiales.
Las visiones románticas de la Europa medieval omiten los refinados
instrumentos de tortura y se muestran ajenas al riesgo de asesinato
—treinta veces mayor— en aquellos tiempos. Los siglos de los que algunas
personas sienten nostalgia fueron épocas en las que se podía cortar la nariz
a la esposa de un adúltero, colgar a un niño de 7 años por robar una enagua,
cobrar a la familia del preso por aflojarle los grilletes, cortar en dos a
una bruja o azotar a un marinero hasta hacerlo papilla. Los tópicos morales
de nuestra época, como que la esclavitud, la guerra y la tortura son
cosas terribles, habrían sido sensiblería empalagosa; y nuestra idea de los
derechos humanos universales, algo incoherente e inconcebible. Los genocidios
y los crímenes de guerra no figuraban en el registro histórico sólo
porque a nadie le parecía por aquel entonces que fueran nada del otro
mundo. Con la perspectiva de casi siete décadas transcurridas desde las
guerras mundiales y los genocidios de la primera mitad del siglo xx, vemos
que no eran presagios de algo peor ni tampoco una nueva normalidad a la
que el mundo estuviera habituándose, sino una zona local de altas presiones
desde la que se bajaría traqueteando. Y las ideologías subyacentes no
eran elementos entretejidos en la modernidad sino atavismos que acabaron
en el basurero de la historia.”

Un libro exhaustivo, ameno, duro y directo que, siguiendo la estela de “La tabla rasa”,
provocará controversia entre la intelectualidad progresista. Un 8,5.

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lunes, 1 de agosto de 2016

LA LEY DEL MENOR de Ian McEwan - Precisión, eficacia y buena visión de los tribunales de familia - Valoración 8,5 sobre 10



Título original The Children Act
Traductor Jaime Zulaika
Páginas 216
Idioma Español
Publicación 2014 (2015)
Editorial Anagrama 

Tras una larga ristra de libros abandonados, por vistos, leídos o prescindibles, vacuos o sin interés, entre los que se encuentran las prometedoras novelas Ciudad en llamas de Garth Risk Hallberg y Breve historia de siete asesinatos de Marlon James, sumido en un inusual estado de desazón lectora, recurro a Ian McEwan en busca de un valor seguro donde agarrarme. Y no me decepciona. Su estilo veloz y conciso cura mis impaciencias, la estructura compacta de su historia, evita las distracciones de mi mente caprichosa y fluctuante y su brevedad me protege del posible desaliento.

McEwan se reconoce heredero de John Updike y Saul Bellow, dos de mis autores preferidos junto con Philip Roth; gente que supieron actualizar el realismo clásico, hurgando en los conflictos, tensiones e inseguridades del hombre y la mujer del siglo XX; valiéndose, cada uno en su manera, de estilos sugestivos y frondosos que echo en falta en la literatura actual. Los busqué sin encontrarlos en Jonathan Franzen (trivial y efectista), en David Foster Wallace (demasiado experimental); los busco en nuevas promesas del marketing editorial como Ciudad en llamas de Garth Risk Hallberg (buen fuste de narrador compulsivo, pero sin propósito), y sigo sin encontrarlos. Hoy, el testigo está en manos de Ian McEwan o de Herman Koch. Van por el buen camino, pero no creo que hayan dado, todavía, lo mejor de si.

Fiona Mayer, cerca de los sesenta años, competente juez del Tribunal Superior de familia, afronta dos dilemas: su marido Jack le pide permiso para mantener una aventura sexual con Malanie, alegando su deseo de vivir una última pasión, y, en lo profesional, debe decidir si ordena una trasfusión de sangre a Adam Henry, un joven testigo de Jehová con leucemia, que rechaza el tratamiento por motivos religiosos. Visita al joven  en el hospital y decide proteger, en contra de su voluntad y la de su familia, su derecho a la vida autorizando la transfusión. Adam se cura y, ilusionado con las posibilidades de una nueva vida al margen de las cadenas de su religión, la sigue para pedirle que sea su mentora. La negativa de Fiona traerá dramáticas consecuencias.
El intento intempestivo de fuga sexual de Jack, el marido de Fiona, sirve para cuestionar la entrega completa de su vida a la profesión judicial.

Se puede reprochar a la novela que mantenga el dilema moral dentro de las discusiones legales de minoría de edad y respeto a las creencias religiosas, sin cuestionar, de manera más radical, el papel de las religiones en la sociedad moderna que, bajo la inofensiva apariencia de tradición, empapan nuestras leyes frenando el progreso. El respeto a las creencias puede ser cuestionado porque las creencias no son inocuas. Las creencias generan o justifican conductas que pueden ser perniciosas para la sociedad, el individuo, o para ambos. Ejemplos del trasfondo religioso del corpus legislativo hay muchos: leyes antivicio, penalización por el consumo de marihuana, límites a la investigación con células madre, leyes restrictivas sobre el aborto o la planificación familiar, leyes contra la libertad de elegir una muerte digna, y un largo etcétera. El respeto a las creencias religiosas tiene consecuencias.
Pero este no es el alcance de la novela que, como decía, se inscribe, muy hábilmente,  en el ámbito legal (la protagonista es una jueza) y en las consecuencias personales de la posterior inhibición de Fiona cuando Adam le pide que lo guíe y lo ilumine en su nueva vida laica. Es una novela de tesis en que los elementos dramáticos pueden parecer un poco forzados.
Un 8,5 por su precisión, eficacia, delicada evocación del vacío existencial y buena visión de los tribunales de familia, que sería un 10 planteada con más amplitud de campo.

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