sábado, 17 de septiembre de 2016

CIENCIA Y POLÍTICA EN EL MUNDO ANTIGUO de Benjamin Farrington - Cómo la política frustró el progreso científico en la cultura clásica. - Valoración 10


Título original Science and Politics in the Ancient World
Traductor Domingo Plácido Suárez
Páginas 254
Idioma Español
Publicación 1939 (1973)
Editorial Ayuso

Es inexplicable que un pensador tan brillante como Benjamin Farrington no haya creado escuela ni haya dejado rastro en la historia de la filosofía, la ciencia o la antigüedad clásica. Parece víctima del mismo olvido voluntario que sufrieron sus filósofos preferidos, Anaximandro, Hipócrates, Epicuro o Lucrecio.
En la Standfor Encyclopedia of Philosophy  y la Rouletge Encyclopedia of Philosophy  solo aparece su libro sobre Francis Bacon Farrington, B. (1964) The Philosophy of Francis Bacon. Tampoco se le nombra en “El giro” de Stephen Greenblatt, ese estupendo libro que explica la recuperación de la obra de Lucrecio. No lo menciona Matt Ridley en The Evolution of Everything: How Ideas Emerge (2015) que encabeza cada capítulo con un cita de Lucrecio, ni Michel Onfray en su “Las sabidurías de la antigüedad”. Hay, en efecto, un inexplicable vacío a su alrededor.

En esta apasionante obra, Farrington defiende que la superstición popular que, en Grecia y Roma, obstaculizó el desarrollo de la filosofía natural (ciencia), fue impulsada por los políticos y sus filósofos para sostener el estatus quo de las oligarquías terratenientes que siempre controlaron el estado. El análisis de la obra de filósofos y poetas “nos ayudará a distinguir entre las dos fuentes de la antigua superstición: la ignorancia popular y el engaño deliberado.” Explicará como se llegó del auge de la ciencia con los filósofos jónicos del siglo VI a.d.c. a su situación de decadencia en el siglo VI de nuestra era después de un milenio de civilización.
Comienza oponiendo el pensamiento evolucionista de Anaximandro a la concepción teológica, un milenio después, de Cosmas Indicopleustes, que afirmaba que la tierra era una vasta llanura, limitada por cuatro altas paredes, apoyándose en el modelo del tabernáculo de Moisés, descrito en la Sagrada Escritura y defendía que la fuerza motriz de los cuerpos celestes residía en los ángeles. La obra de Cosmas, Topografía Cristiana, ha sobrevivido entera mientras que de la de Anaxágoras solo quedan unos fragmentos.
Los antiguos abandonaron su ciencia antes de que surgiera el cristianismo; si la ciencia hubiera seguido progresando, el Imperio Romano no hubiera sucumbido a los ataques de los bárbaros. Farrington sostiene que los dos factores que más contribuyeron a la decadencia de la ciencia antigua fueron la estructura esclavista que impidió que los filósofos naturales se “mancharan las manos” con la experimentación, y el impulso consciente que gobiernos, pensadores y clero, dieron a la superstición, para inculcar a las masas ideas “saludables” y convenientes a sus interés oligárquicos, en lugar de ideas verdaderas.
Farrington sostiene que “el hombre no puede tener un conocimiento adecuado de la ciencia aplicada sin una adecuada información sobre las funciones sociales de la ciencia; y de que los obstáculos al progreso de la ciencia pueden surgir de la estructura de la sociedad no menos que de los errores teóricos..., o nuestra ciencia se transforma, o muere.” El buen camino era el trazado por Leucipo, Democrito, Anaxágoras, Epicuro, Lucrecio y los tratados hipocráticos como Los preceptos, fechado en el siglo III a.d.c. que dice:
Estoy de acuerdo con la teoría sólo en el caso de que esté basada en los hechos y si sus conclusiones están de acuerdo con los fenómenos... Pero si no proviene de una clara impresión, sino de invenciones más o menos aceptables, conduce a menudo a graves y peligrosas consecuencias. Todos cuantos siguen este método entran en un callejón sin salida... Las conclusiones puramente verbales que pueden ser fecundas: lo son solamente las que se basan en hechos demostrados, ya que las afirmaciones y las palabras son engañosas y poco dignas de confianza. Por ello, si queremos adquirir el método verdadero e infalible que se llama ‘arte de la medicina’, incluso al generalizar, debemos atenemos exclusivamente a los hechos, debemos interesarnos solamente por los hechos.”

Los obstáculos los pusieron un Píndaro o un Platón que no comprendió la naturaleza del lenguaje e intentó sacar pruebas físicas de la etimología, fundando una metafísica que ya para Epicuro, pero también para la mayoría de filósofos posteriores a Bacon, es un rompecabezas, un galimatías de trucos sintácticos y, como mucho, intelectuales, que ha acaparado las mentes más potentes de la humanidad durante más de 2.000 años:
Platón era sin duda un hombre de enorme capacidad intelectual y de ricas dotes interiores, pero no estaba al mismo nivel de los grandes hombres del siglo v, Esquilo, Hipócrates, Tucdides. En la filosofía griega, Platón representa una reacción política a la cultura jónica, en defensa de los ideales de una ciudad-estado basada en la esclavitud, dividida en clases y chovinista, que ya se había convertido en un anacronismo. Mientras sus predecesores jónicos habían purificado todo lo que debían a la civilización del próximo Oriente de todos sus caracteres de superstición y clericalismo, Platón tomó de los caldeos la fe en la divinidad de los astros, y de Egipto, un método de opresión espiritual.
Sostuvo durante su vida una larga lucha contra todo lo que había de más vivo en la cultura griega: la poesía de Homero, la filosofía natural de Jonia, el drama de Atenas.”
Al demoledor ataque de Farrigton a Platón sigue el que, más adelante, hace a Cicerón como defensor de la “religión de estado”, su admiración secreta y su menosprecio oficial a Lucrecio, que demuestran la tensión que había en su época entre los epicúreos y la oligarquía dominante.

Proclama la importancia de Lucrecio como divulgador de la obra de Epicuro y la dignidad de su campaña contra los terrores de la religión:
«Tú mismo, una vez u otra, oprimido por las terroríficas palabras de los vates, tratarás de separarte de nosotros. Y realmente, ¡cuántos sueños pueden inventar ellos para ti, capaces de hacer cambiar las reglas de tu vida y de turbar con el terror todos tus bienes! Y es natural, ya que si los hombres vieran que hay un límite bien determinado para su desventura, serían capaces de oponerse de cualquier manera a los escrúpulos religiosos y a las amenazas de los vates. En cambio, actualmente no hay ninguna forma, ninguna posibilidad de oponerse, dado que después de la muerte deben temer que se les castigue con penas eternas

Las élites políticas y oligárquicas siempre han temido el “caos moral” de un estado sin religión y, en consecuencia, han alentado la ignorancia, la religión y todo tipo de tradiciones supersticiosas útiles para controlar a las masas. Epicuro, los atomistas, los hipocráticos y, en parte, los estoicos, ya habían proporcionado las bases para organizar una sociedad asentada sobre los derechos humanos y la laicidad del estado; pero hubo que esperar 2.000 años para que esa idea empezara a tomar cuerpo en el siglo XVIII, lo mismo que ha tardado la ciencia en hacerse con las riendas del pensamiento. Esos veinte siglos perdidos no fueron una “etapa” necesaria en el progreso humano. Que sucediera no significa que fuera inevitable.
Un libro esclarecedor, claro y directo, que con una erudición casi detectivesca, penetra en los entresijos de las tensiones que frustraron el progreso científico en la cultura clásica.

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